
Cabe la posibilidad de vivir sin tener mar cerca, pero yo, ya no la concibo.
Y es no es todo cuestión de costumbres, sino de sentimientos y necesidades.
Los que vivimos cerca, lo adquirimos como parte de nuestro carácter. Llegamos a adaptarnos a una manera satisfactoria de paz como la que aporta cualquier costa e influye, (al menos a mí) a la hora de tomar decisiones, de pensar con calma, de priorizar momentos y personas...
Pocas cosas hay mejores que ver un atardecer sentados en la arena, o escuchar las olas batir salvajemente mientras su espuma limpia la garra, o hacer una hoguera nocturna junto a los amig@s una espectacular noche de verano...
Pocas cosas son tan importantes como saborear la tranquilidad....disfrutar de nuestro silencio...y que sea, en los tiempo que corren, gratuíto.
1 comentario:
Dímelo a mí, que me vine a Santiago y estoy volviendo pal Burgo cada dos por tres.
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