29 noviembre 2011

¿Dulce? Navidad


Posiblemente el único motivo por el que realmente merece la pena celebrar la navidad, son los niños.

Tarde o temprano, uno se da cuenta de lo que significan estas fechas “tan señaladas”, y no nos damos cuenta hasta que ocurren tres cosas: nos hacemos mayores en responsabilidades, perdemos a seres queridos y tenemos hijos.

Las fiestas pasan a ser eventos obligatorios en los que, nos tenemos que sentar e imaginar que todo es maravilloso.

Brindamos constantemente con el único fin de “emborracharnos” y olvidar las cosas negativas que han ocurrido el año anterior y que no queremos que se repitan.
Deseamos lo indeseable o al menos, lo ignorantemente desconocido.

Las burbujas del champán se suben a la cabeza para despertar una sonrisa permanente que empape no sólo nuestro hígado, sino nuestro optimismo.

Todo es un engaño comercial y consumista que miente con luces, colores, músicas . Magnetismos al humano, que funcionan con sonidos de monedas.

Los niños, son espectacularmente inocentes y el optimismo que les mueve no es más que es desconocimiento del camino de la vida.

Es realmente triste tener que ocultar otros lugares en los que gobiernan las desgracias y en los que, tristemente, también hay niños. Mentes de adultos en cuerpos de niños.

Cómo cambiamos con el tiempo o cuánto nos cambian las circunstancias, la falta de algo o alguien.

Creo que estamos hechos para solventar de una forma u otra los baches para demostrar hasta lo que somos capaces de aguantar o sobrellevar.

Luchamos sin armaduras, nos examinamos sin libros que estudiar, lloramos sin poder manejar un botón de on/off, tropezamos en piedras, y hasta en ocasiones, acaban gustándonos dichos seres inertes, como seres errantes que somos.

Así que ahora llega como cada año el agobio publicitario. Televisión sobresaturadora, folletos comparativos en calidad de papel, número de páginas y precios. Etc, etc…

Con lo sencillo que sería hacer una colecta en estas fechas de comida, ropa, mantas, geles y hasta cartas anónimas de cada uno de nosotros dirigidas a un prójimo desconocido, que puede iluminar con su sonrisa mucho más que una ciudad iluminada en navidad (permitidme no escribirla en mayúsculas)

Ojalá la navidad fuera época de búsqueda de equilibrio humanitario.
Enseñar a los hijos a recolectar viejas reliquias inutilizadas que no nos aportan nada más que espacio, vaciar los armarios y deshacernos de prendas que ni tan siquiera sabemos que existen.

Ojalá la navidad ( y posiblemente todo el año), fuera momento de un control personal en el que valorásemos más allá de los gastos que ni tan siquiera son bienes principales.

Ojalá el mundo de cada uno fuese un mundo más bueno, porque así el otro Mundo sería quizá, un poco mejor y el optimismo al menos, se vería reflejado en las buenas acciones.

Lo que daría porque estas fechas fueran más allá de la hipocresía. O porque simplemente por unas horas, nos devolvieran a las personas que tanto queremos y que no están con nosotros en la mesa.
Lo que daría porque mis hijos no pidieran incesantemente cosas materiales que dejan de tener significado en cuanto las estrenan.
Lo que daría por comer lo mismo que puedan comer otras personas que no tienen qué llevarse a la boca.
Lo que daría porque los centros comerciales se llamasen simplemente centros abiertos de reunión, o de solidaridad.

Lo que daría porque existieran de verdad los Reyes Magos , ya que les pediría todas estas cosas a cambio de caminar descalza con ellos hasta Oriente .

Por si acaso se encuentran en algún rincón desconocido o invisible al ojo humano, echaré en el buzón mi peculiar carta esperanzadora y llena de deseos, esperando, tal vez en mis sueños, a que algo de todo esto se cumpla.

Y aquí y ahora comienzo: Queridos Reyes Magos.

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