Preparaba leche y cacao en tazas, endulzando paladares y haciendo tradicionales veladas de hogar cada amanecer.
Los ancianos pasillos, de quebradizos suelos, llenos de pasos perdidos, carreras de niños y fantasmas de migas de bocata, abrían la puerta a un día más en la montaña.
Zurziendo pantalones entre los matorrales acariciando los pies helados en el rocío de la ladera y jugando entre los árboles a esconder los miedos, se levantaban risas matutinas, a un nuevo día de primavera.
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